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Una misión con propósito
El objetivo de SERA Space Age va más allá de la experiencia individual. Esta misión busca inspirar a la juventud global, demostrar la importancia de la colaboración internacional en la exploración espacial y abrir el camino hacia un futuro donde los vuelos suborbitales y la vida fuera de la Tierra formen parte de nuestra realidad. Ser parte de este proceso de selección significa asumir un papel como pioneros, embajadores y ejemplos para miles de jóvenes que ven en el espacio un horizonte posible.

Nuestros seleccionados
- Dafne Pimentel
- Brandon Montoya
- Pablo González González
- Diego Pérez
- Samantha Iniestra
- Aaron López González
- Diana Gabriela García Ríos
- Ivana Naomi Millán Flores

Un futuro que comienza hoy

- Escrito por Super User
Cuando hablamos de la carrera espacial, lo primero que se nos viene a la mente son cohetes, astronautas y centros de control repletos de ingenieros. Sin embargo, la historia demuestra que la exploración del espacio ha sido moldeada también por mujeres que, desde distintas disciplinas, han abierto camino y roto barreras. Sus aportes han sido esenciales para que la humanidad llegue, literalmente, más lejos de lo que jamás imaginó.
Un viaje desde las matemáticas hasta las estrellas

Katherine Johnson
En los años 60, mientras el mundo observaba con asombro la carrera por llegar a la Luna, un grupo de mujeres afroamericanas trabajaba en silencio en la NASA, realizando cálculos cruciales. Entre ellas, Katherine Johnson, matemática que calculó trayectorias para las misiones Mercury y Apollo 11, asegurando que el primer hombre llegara a la superficie lunar y regresara a salvo. Su trabajo fue tan preciso que incluso, años después, cuando llegaron las computadoras, los astronautas pidieron que ella verificara los datos antes de despegar.
Las ingenieras también han jugado un papel clave en esta carrera. Margarita M. Acosta, ingeniera mexicana, participó en el diseño de sistemas de comunicación satelital que mejoraron la transmisión de datos desde el espacio a la Tierra. Más recientemente, Swati Mohan, ingeniera aeroespacial, lideró el sistema de control de actitud y navegación durante el aterrizaje del rover Perseverance en Marte, convirtiéndose en una de las voces más reconocidas en la misión.
Swati Mohan
Científicas que expanden nuestro conocimiento
En el campo de la astrobiología, Laurie Barge estudia cómo podrían originarse formas de vida en otros planetas, mientras que Ellen Stofan, geóloga planetaria, ha investigado la historia de Venus, Marte y las lunas de Saturno para entender la evolución de mundos que podrían albergar vida. Estas científicas han ampliado los límites de lo que sabemos sobre el cosmos y sobre nuestra propia Tierra.
El espacio no solo necesita ingenieros y científicos: la medicina espacial es vital para mantener la salud de astronautas en misiones prolongadas. La doctora Ana Maria Jaramillo, médica colombiana, ha trabajado en investigaciones sobre cómo la microgravedad afecta la masa ósea y la presión intracraneal, estudios fundamentales para preparar a la humanidad para viajes de larga duración a Marte.
Y no se puede hablar de mujeres en la carrera espacial sin mencionar a Valentina Tereshkova, la primera mujer en viajar al espacio en 1963. Décadas después, Sally Ride se convirtió en la primera estadounidense en órbita, inspirando a generaciones enteras. Más recientemente, Christina Koch y Jessica Meir realizaron la primera caminata espacial exclusivamente femenina en 2019, un momento histórico que simbolizó un cambio en la representación de género en misiones espaciales.
Christina Koch (derecha) y Jessica Meir (izquierda)
Hoy, las agencias espaciales y empresas privadas trabajan por aumentar la participación femenina en todos los niveles. Desde el diseño de hábitats lunares y sistemas de impresión 3D en el espacio, hasta la programación de software para satélites y la coordinación de misiones internacionales, las mujeres están demostrando que el talento no tiene género ni límites.
Su diversidad profesional ha fortalecido la capacidad de la humanidad para explorar el espacio. Las matemáticas que calculan órbitas, las ingenieras que diseñan sistemas, las científicas que estudian planetas y las médicas que cuidan la salud de astronautas son piezas fundamentales de un rompecabezas que sigue expandiéndose.
Y, quizá lo más importante, sus logros inspiran a nuevas generaciones de niñas y jóvenes a imaginarse no solo mirando las estrellas, sino construyendo el camino hacia ellas.
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El 27 de diciembre de 2024, los astrónomos del sistema ATLAS en Chile realizaron un descubrimiento inquietante: un nuevo asteroide, ahora conocido como 2024 YR4, acababa de pasar relativamente cerca de la Tierra, a una distancia de 828 mil kilómetros, poco más del doble de la distancia que nos separa de la Luna.
Sorprendentemente, el objeto había sido detectado solo dos días después de su máxima aproximación. Este retraso inicial en su detección encendió las alarmas en la comunidad científica, ya que el asteroide mide entre 53 y 67 metros de diámetro, una masa comparable a la de un edificio de 15 pisos y lo suficientemente grande como para causar daños significativos si impactara en la Tierra.
En las primeras semanas tras su hallazgo, los cálculos preliminares estimaban una probabilidad superior al 3 % de impacto con nuestro planeta para el año 2032, lo que llevó a que el objeto fuera clasificado en el nivel 3 de la escala de Turín. Esta escala se utiliza para medir el riesgo de impacto de objetos cercanos a la Tierra, y solo había sido alcanzado un nivel tan alto anteriormente por el famoso asteroide Apofis en 2004. El nerviosismo creció rápidamente. Sin embargo, a medida que se recolectaron más datos y se perfeccionaron los modelos orbitales, la amenaza a la Tierra fue reduciéndose.
Ya en febrero de 2025, tanto la NASA como la Agencia Espacial Europea (ESA) habían disminuido drásticamente las probabilidades de impacto terrestre. La NASA las estimaba en un 0,004 %, mientras que la ESA las colocaba en apenas 0,001 %. Para abril, el asteroide fue reclasificado en el nivel 0 de la escala de Turín, descartando cualquier riesgo relevante de colisión con la Tierra. Pero la historia no terminó ahí.
Con la amenaza a nuestro planeta prácticamente descartada, los astrónomos pusieron su atención en un nuevo escenario: la Luna. De forma inesperada, los modelos orbitales comenzaron a mostrar un aumento en la probabilidad de que el asteroide 2024 YR4 impactara en la superficie lunar hacia diciembre de 2032. Las proyecciones actuales sugieren una posibilidad del 4,3 % de que esto ocurra, lo que ha abierto una fascinante ventana para la ciencia planetaria. Un impacto de este tipo en la Luna no representa peligro para los seres humanos, pero podría generar un nuevo cráter visible desde la Tierra e incluso liberar escombros al espacio cercano, con posibles riesgos para satélites y estaciones orbitales.
Un elemento clave en la refinación de las predicciones fue el telescopio espacial James Webb. En marzo de 2025, este observatorio infrarrojo realizó mediciones precisas del tamaño y la trayectoria de 2024 YR4. Gracias a estas observaciones, se logró reducir en un 20 % la incertidumbre sobre su órbita, ajustando tanto su tamaño estimado como su masa. Este uso del telescopio Webb demuestra su utilidad no solo para explorar el universo lejano, sino también para la defensa planetaria y el estudio de cuerpos celestes en nuestro vecindario solar.
El caso de 2024 YR4 es un ejemplo didáctico y oportuno de cómo funciona la red internacional de seguimiento de asteroides. Organismos como el Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra (CNEOS) de la NASA y la Red Internacional de Alerta de Asteroides (IAWN) colaboran con telescopios terrestres y espaciales en todo el mundo para monitorear objetos potencialmente peligrosos. Cuantos más datos se obtienen, más precisos se vuelven los cálculos y menor es la incertidumbre. El sistema ha demostrado ser eficaz, aunque también ha revelado la necesidad de una vigilancia constante y de nuevas tecnologías que permitan detectar asteroides más pequeños y rápidos con mayor antelación.
Mirando hacia el futuro, uno de los momentos más importantes será el nuevo acercamiento del asteroide en diciembre de 2028, cuando pasará a unos 7,9 millones de kilómetros de la Tierra. Este sobrevuelo permitirá nuevas observaciones y una mejor comprensión de su trayectoria antes del decisivo diciembre de 2032. Aunque el riesgo de impacto sigue siendo bajo, la comunidad científica no lo pierde de vista.
El caso del asteroide 2024 YR4 ha sido una lección práctica sobre cómo la humanidad puede enfrentar, con ciencia y colaboración, una amenaza potencial desde el espacio. Lejos de caer en alarmismos, este episodio muestra que estamos más preparados que nunca para anticipar lo desconocido. La Luna, testigo silenciosa de tantas historias, podría convertirse en el escenario de una colisión cósmica sin precedentes en tiempos modernos, y la ciencia estará lista para observarla.
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